miércoles, 23 de julio de 2014

Solano Benitez, La Sucursal del Cielo en Sudamérica





Arquitectos: Solano Benitez
Ubicación: Piribebuy, Paraguay
Año Proyecto: 2000
Fotografías: Erietta Attali



Por Giulia Tomaselli.
Este proyecto que empeñó a su autor durante diez años refleja en su simplicidad la resolución de la extrema complejidad del tema al que se enfrenta: hacer una tumba para una persona amada. Lo que Benitez quería, cumpliendo el pedido de su padre, era evitar de hacer una tumba convencional, de recordarlo en un lugar triste y lleno de angustia; sabía que lo que quería era realizar un lugar íntimo en que podría encontrarse con él serenamente. Finalmente entendió que los espejos y el juego de la reflexión infinita constituían la clave del proyecto.

“Este cuadrado está conformado por cuatro vigas de hormigón sostenidas cada una por un solo pilar.Te imaginarás, debido a la humedad de los cauces del arroyo, que este lugar está particularmente vegetado, y que las vigas se entrecruzan con la densidad arbórea y los helechos de gran porte, sin molestar a ninguna especie. El lugar así queda nombrado desde afuera con esta entrelazante estructura de hormigón.”
Lo que hizo fue proyectar un espacio cuadrado (de 9 metros de lado) delimitado por cuatro vigas de hormigón y cada una de ésta apoya en un pilar. La cara interna de las vigas se compone de espejos que actúan una desmaterialización potente de los límites del recinto, que en cambio desde afuera es muy bien definido. Las vigas son 1.10 m de alto y por eso sólo un niño podría verse reflejado en los espejos y descubrir en seguida el artificio.
El lugar genera dos diferentes condiciones espaciales. La primera se genera fuera del cuadrado, es una fuerza centrípeta que te invita a entrar en ello por los espacios abiertos dejados por las vigas en los vértices; la segunda, contrapuesta a ésta, es la capacidad centrífuga de los espejos que dilatan infinitamente el espacio interior en el momento en que nos adentramos en la tumba. La unión de estas dos acciones, centrípeta y centrífuga, contribuye a crear un espacio muy especial, místico y lírico a la vez. Un lugar de contemplación serena de la muerte que, gracias a las superficies reflectantes, también nos permite vernos “fuera” de nosotros y, como dice el mismo arquitecto, igualados a los demás.
Este lugar de paz e íntimo es para el arquitecto/hijo el único en el que es posible juntarse con los amados ahora ausentes y también admite que hay una cosa que siempre le fascinó de los reflejos:
“la internalidad de “uno” y la externalidad de lo “otro” claudica en esta superficie, yo habito dentro de mi, y yo soy el límite que me separa de lo otro. La excepción que abrazo con desesperación es el espejo. En el espejo yo estoy “allí”, en frente, fuera de mí mismo, habitando una otra dimensión que me iguala a todos los demás, o que me permite habitar en un otro mundo que no sea mi interior, en un plano de igualdad y simultaneidad”.









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